El Sentimiento del Yo
En el trasfondo de los temples persistente, sobre los cuales transcurre la vida anímica como proceso del circuito funcional, se desprende temáticamente del sentimiento vital, el sentimiento del yo. Esto está de acuerdo con el hecho de que nuestro existir en el mundo, no solamente nos viene dado, como una mera circunstancia de la vitalidad, sino siempre también, y al mismo tiempo, como un yo individual que se desprende del mundo al que se enfrenta. Nosotros hablamos en un sentido muy amplio del sentimiento del yo como la vivenciación por cada hombre de la realidad del yo bajo la forma de un temple con el que en todo momento está relacionado con el mundo al que, al mismo tiempo, se contrapone.
Correspondiendo a las relaciones concretas en las que el hombre experimenta su misma individualidad en su desprendimiento del mundo de los semejantes y en su oposición con ellos, se estructura aquello que comprendemos bajo el concepto de sentimiento de sí mismo o del yo. Dicho sentimiento se nos presenta bajo diversas variantes temáticas fundamentales, a saber, el sentimiento del propio poder, el del propio valor y las tonalidades del contento y del descontento.
El sentimiento del propio poder (Escritura firme)
El sentimiento del propio poder, muy próxima al concepto pre-científico de “confianza en sí mismo”, si tenemos en cuenta que todo individuo, tal como el destino le ha situado en el mundo, se ve constantemente obligado a imponerse y mantenerse firme frente a las dificultades y tribulaciones que le depara la “lucha por la existencia”. La posición del hombre como ser aislado viene determinada, ante todo, por el hecho de poseer aquellas posibilidades de crecimiento y desarrollo para cuya realización necesita imprescindiblemente del mundo y de sus semejantes. Debe, en efecto, conquistar el mundo circundante, aprehenderlo y consumirlo, cosa que ocurre ya en la primitiva forma de búsqueda y asimilación de alimentos. Debe vencer resistencia que se oponen a tales esfuerzos, las cuales representan peligros y fracasos con respecto a las presentaciones del individuo aislado. En lo que ahora denominamos sentimiento del propio poder, no es dada la relación entre las necesidades del autosostenimiento y de triunfo personal y la acción contrariada limitadora de los restantes seres y objetos. Más exactamente dicho: en el sentimiento del propio poder experimenta el hombre aislado, bajo la forma de un temple persistente, el grado de su potencialidad, no en su realidad efectiva, sino en su apreciación subjetiva frente a las exigencias y dificultades que la lucha por la vida supone.
El hombre con un sentimiento vigoroso del propio poder, muestra rasgos que son esenciales a sus sentimientos del propio poder, una serie típica de modos de conducta y reacción. En la práctica pueden distinguirse dos formas; una predominantemente reactiva, y otra marcadamente activa. La forma reactiva del sentimiento del propio poder la encontramos, por ejemplo, en la personalidad del hombre tranquilo y alegre, cuyo sentimiento de capacidad para la lucha por la vida se revela en el hecho de que las exigencias y amenazas que se le presentan las recibe tranquilo y seguro de sí mismo, mientras que, por otra parte, se distingue por una escasa actividad espontánea, adoptando una actitud general cuya nota característica es el equilibrio. En la forma activa del sentimiento del propio poder aparecen rasgos tales como espíritu emprendedor, iniciativa propia, decisión, cualidades que siempre van aparejadas con una cierta audacia. Tal tipo de igualdad presenta con un innato afán de poderío, con la natural pretensión de hacerse dueños de la situación, y sin dejarse intimidar por nada.
Debe hacerse notar, además, que la forma activa del sentimiento esténico del propio poder no presupone en modo alguno aquella actitud con respecto al prójimo que el lenguaje designa con los nombres de dureza de corazón, frialdad y desconsideración. Tampoco la agresividad tiene por qué figurar necesariamente en el ámbito del sentimiento esténico del propio poder.